“PARTE UNO PARTE DOS APARTE SIN PARTE" POR RAÚL HERAUD

“PARTE UNO PARTE DOS APARTE SIN PARTE DE ENRIQUE LEÓN”

Por Raúl Heraud

La poesía es esencialmente tiempo, se edifica siempre dentro de tres estadios: pasado, presente y futuro. Es aquí donde el poeta idealiza momentos que luego transforma, como diría Gustav Jung en arquetipos o en la destrucción de su propio mundo como búsqueda de un equilibrio social y de justicia. Parte uno Parte Dos A parte Sin Parte de Enrique León (Esto no es una puta editorial – Lima, 2010) nos muestra en primer término (Parte Uno) la exploración de una intima verdad, el reclamo humano del superyó tras la autocensura impuesta por aquel Yo débil, que se ofrece siempre a la tragedia, a la desventura, donde los sucesos de la vida han sido, son, y serán siempre momentos inconclusos, realizados tan solo en la imaginación de aquel ser como un modelo jungniano de ensoñación, de auto castigo, donde la vida se transforma en una secuencia de actos fallidos, merecidos desde la visión del sujeto poético: “… quiero que me ayudes a continuar/ y sonreír / corazón/ al lado de esta cicatriz y su corazón (…) … mi voz te dibuja/ en un cúmulo de papel mojado/ y se embriaga como un animal/ de siete cabezas y se embriaga/ y se tritura en siete días/ en siete vidas/ en cuatro pedazos/ por quererme como no te quiero/”. (Parte Dos) en el ejercicio cotidiano de la vida, los seres humanos se nutren de sucesos que van delineando su forma de sentir, pensar y existir, el hombre es un gran recipiente donde se acumulan a lo largo de su paso por el mundo todo tipo de experiencias y recuerdos que van dejando una huella imborrable que edificará su tiempo como producto de sucesos ocurridos en el pasado. Es así como el poeta logra proclamar su reino en el ahora, en el desenfreno de su juventud ginsbergiana, pertenece a un presente donde los sentidos (olfato, gusto, oído, tacto, visión) rinden culto a los grandes dioses modernos, Eros y Thanatos, se abren a la vida dentro de su capullo, aún en estado larvario, sensualidad y muerte extienden sus frágiles alas como acto de autentica liberación: “te haré el amor como si fueras una sombra/ te lo hare sin amor/mientras tu lengua/ sorbe esta vida/compañero/ el silencio es una mariposa”. (A parte) echar una mirada al pasado conlleva a desenterrar episodios de dolor, en este caso, una mirada a los padres desde un pasado silencioso, fantasmal como la figura que se pasea desde la memoria por la casa, sin ser visto, puede el poeta escuchar el sollozo de la madre y conmoverse ante su resignación, ante su eterno cordón umbilical, porque la figura materna actúa como un fetiche no realizado, el Edipo que proyectamos en otras mujeres a lo largo de nuestras vidas: “mi madre madruga por las noches/ por su hijo odia la razón del paso de los días (…) hoy mi madre llora la ausencia/ De mi amor infantil/ y una vez más me roza con sus ojos tibios”. El padre en cambio será por antonomasia la figura de Layo, el rival a vencer, sin embargo, existe una extraña contradicción, un sentimiento casi psicótico con el enemigo que lo tiene todo: admiración y odio. El lenguaje del silencio puede herir mucho mejor que una lanza, no atraviesa la carne pero si destruye lazos; En las relaciones familiares existen dos tipos de verdades, las que se aceptan y las que no se perdonan jamás: “me duele este silencio compartido/ con el tuyo/ y que nació en tu camino/ pero / padre/ tu querer es mi querer/ y tu silencio el mío”. (Sin Parte) la resignación puede llegar a ser una cloaca donde se aprende a vivir en soledad, a sentirse más seguro lejos de los afectos, sin esperanza también se construyen alegrías opacas, grises como el lomo de las ratas, alimento suficiente para el que entiende que la vida no es siempre del color que uno quisiera. Quién no se ha detenido a pensar que su vida jamás alcanzó la dimensión que alguna vez soñó, quién no se ha sentido desamparado en la soledad de su cuarto, quién no ha llorado sin motivo aparente alguna noche: “estoy cansado/ mi madre no está y mi padre no ha venido/ y tengo sed de tanto mirar el barranco/ de tanto verde tanto verano/ y de/ t a n t o (…) … sin embargo esta es/ La casa del señor/ la que se traga los recuerdos de mi madre y los silencios de mi padre/ y un poco de mis palabras cuando pido perdón/ por el tiempo/y por esa felicidad/ que a veces/ escribo con f de fealdad”.

Con Parte Uno Parte Dos A Parte Sin Parte, Enrique León hace su aparición en la escena poética nacional, y con esto confirma que la joven poesía peruana aparte de mostrar voces disimiles, atraviesa por una etapa de fecunda creación.

Raúl Heraud A.
La Molina, 19 de abril de 2010

El amor como sentimiento de extrañez y de rechazo. Parte Uno, Parte Dos, Aparte, Sin Parte de Enrique León

El drama de Maldoror es el drama del hombre, todas las contradicciones, todo el hormigueo de imágenes, todas las metamorfosis, toda la crueldad y toda la desesperación, no han sido acumuladas sino para levantar este retrato del hombre y de sus fantasmas, los que él ha sacado de su propia materia, para perseguirle y para acosarle y los que tienen tan perfecta afinidad con él mismo.
Emilio Adolfo Westphalen


Por Salomón Valderrama

Enrique León en su poemario Parte Uno, Parte Dos, Aparte, Sin Parte (Esta no es una puta editorial, 2009) habla del amor. Pero no del amor en remolinos de cursilería, sino del amor como sentimiento de extrañez, de rechazo y de vacío: parece preguntarse sin fuerzas en Parte Uno: ¿qué es esto que siento o que sentimos multiplicados o divididos? ¿será amor? Pero no lo dice (es decir: no lo grita) en la cúspide de algún amor, a la manera de César Moro (intergaláctica, de origen, de guerra), Francisco Bendezú (de torrente pero de idilio que esfera la piedra deforme como escultura delicada), Pedro Salinas (de construcción, de algún resplandor en que yace atravesado el infinito) o Róger Santiváñez (de asco, de feliz degenerado que viola la ciudad podrida hecha virgencita en Cor Cordium), parecen sus palabras distantes de algún sentir; hay algo seco y frío en esta escritura declarativa. Parece estar de acuerdo con el poeta lusitano Eugenio de Andrade cuando habla de lo gastadas que están las palabras en ‘Adios’: Ya gastamos las palabras. / Cuando ahora digo: amor mío, / ya no pasa absolutamente nada. / Y entretanto, antes de las palabras gastadas, / tengo la certeza / de que todas las cosas se estremecían / con sólo murmurar el nombre tuyo / en el silencio de mi corazón. Erie, su impronta va hacia otro lado, él mismo parece responderse cuando dice en ‘para callar’: he caminado he sonreído / he poseído la locura // (a veces creo que de nada he vivido) // pero hallo mi voz por un instante / para callar para callar / y no decir y no decir // te amo (además, hay que observar que el, te amo, está en una grafía mucho más pequeña, como si no quisiera decirlo). Está la imagen latente del rechazo, cuando dice en ‘deja que salga el sol’: vete ahora que tanto te amo / para no odiarte con los años. En Parte Dos, las fuerzas cambian, existe una libertad a pesar de la extrañez, se acepta y se hace el amor o se eleva el sexo y se valora la entrega del cuerpo en pos de apartar la soledad física: y morir y hacerte el amor / y hacerte el amor muriendo / y morir haciéndote el amor // después de todo (en ‘aquiescencia’); parece que se valora una caricia tanto como el vuelo obscuro del amor cuya meta parece ser la muerte: culminación perfecta de los amantes románticos. Sin Parte, en cambio, resuma el principio o el final de la acción amatoria o sexual que se asocia a la madre y al padre, que son, después de todo, el origen de este “extraño” ser que ama, que quiere amar, y que no lo dejan, por considerarlo una especie de deformidad. Sin Parte, es el desenlace, la gloria, a pesar de todo. La aceptación que clavetea en poesía, en otra poesía para integrar las partes: a la búsqueda de huellas de manos felices y de / garabatos de niños artistas.
No se debe pasar por alto que Enrique León con su poemario Parte Uno, Parte Dos, Aparte, Sin Parte, enriquece el rico hacer del amor homosexual, hecho poético que lo liga a Queridolucía (Esta no es una puta editorial, 2007) de Rafael García Godos (la acción de marginar está emparentada a asociar nuestro temor o asco a lo culminante y así la segregación para un color de piel o para una opción sexual yace en que se visualiza instantáneamente esta fijación por aprendizaje impuesto por los padres, sitios de diversión, las instituciones educativas o por ese pavor de ver en espacio abierto la cópula homosexual, polisexual, grande orgía*) y Polisexual (Hipocampo Editores, 2007) de Giancarlo Huapaya (que trabaja todas la vetas posibles del amor sexual, parasexual y más que sexual; en palabras de Roberto Echavarren: Es difícil ubicar un yo lírico en este libro, vale decir una identidad (de hombre, de mujer, de animal). De vez en cuando aparece un "mono semisexual", pero aparecen sobre todo intercambios de flujos (baba, semen, orina)).
Al leer este libro me he preguntado si realmente vale la pena, siquiera, preguntarse si el libro físico desaparecerá, ya que la competencia y la diversidad de ellos parece que siempre han existido. La gran belleza de éste y de todos los que saca Esta no es una puta editorial, me hace creer junto a Ítalo Calvino (Pienso que la lectura no es comparable con ningún otro medio de aprendizaje y de comunicación, ya que la lectura tiene un ritmo propio, gobernado por la voluntad del lector; la lectura abre espacios de interrogación, de meditación y de examen crítico, en suma, de libertad; la lectura es una relación con nosotros mismos y no únicamente con el libro, con nuestro mundo interior a través del mundo que el libro nos abre.) que esto jamás sucederá. Como anécdota, figuro que la portada del libro, ‘Lolita’, realizada por Álex Castillo (y que a algún querido amigo mío intimidó), es la sentencia del rastro de ese amor del que no nos quiere decir Enrique León, pero del que entendemos por el accidente en la súper autopista de la soledad creada. Hago una pausa: escucho el rumor de las páginas al pasar.

*Se puede consultar en línea: La libertad de la sexualidad y sus formas hacia la creación y recepción de lo bello. Queridolucía de Rafael García Godos por Salomón Valderrama

Etiquetas: , , , , , ,