LA TERNURA DE ENRIQUE LEÓN EN VARIAS PARTES Y SIN PARTE

Por Paul Guillén (*)

El libro de Enrique León está dividido en 4 estancias que dan título al libro Parte Uno, Parte Dos, Aparte y Sin Parte, en total son 30 poemas. El primer poema “de ti” empieza planteando claramente la relación del poeta con la sociedad (la esfera de lo público) y la relación del poeta con la soledad (la esfera de lo privado). En la primera esfera el yo poético se asume como uno, como un individuo, cito: “porque ante la gente soy uno”, en cambio en la esfera de lo privado esta voz se siente desvalida, impotente, cito: “y a solas / arrinconado / solo un poco de eso / de silencio”. Esta voz poética en la esfera de lo privado no se siente “uno”, no se siente plenamente un individuo y sólo le queda ampararse en el silencio y en el recuerdo de otro cuerpo semejante pero sin marcas de género en el texto. La voz poética solo puede recordar el olor, los ojos, los pasos. Cuando uno sigue avanzando en la lectura de los poemas el cuerpo del otro se hace más patente, más presente. Mi hipótesis es tal vez que este cuerpo es el propio poema y que sirve de excusa al poeta para escribir sobre el deseo del otro cuerpo. Fijemos la atención en la descripción de los cuerpos, la voz poética tiene los “labios / sucios y ruinosos” (p. 15), mientras que del otro cuerpo nos enteramos que tiene una espalda y que como dijimos antes hay un recuerdo de un olor, de unos ojos, de unos pasos, y que además se produjo un contacto entre esos dos cuerpos, cito: “ahora que tu lengua me encierra” (p. 16), hemos avanzado un poco más en la lectura, y ahora el cuerpo del otro tiene espalda, lengua, cicatriz y corazón, cito: “quiero que me ayudes a continuar / y sonreír / corazón / al lado de esta cicatriz y su corazón” (p. 17). Seguimos avanzando en la lectura y el cuerpo del otro tiene pecho, lágrimas, manos. Pero la voz poética también tiene corazón y lágrimas. Vamos avanzando por la página 19 y aquí hay una clave: el cuerpo de la voz poética está signado por la soledad, en tanto el cuerpo del otro está transido de MIEDO. Este miedo se produce porque la voz poética expresa, cito: “tu deseo es mi secreto”, ese secreto perturba al cuerpo del otro. Pero ¿qué es eso que lo perturba? ¿Su condición social, política, sexual, o todo ello junto? Lo único viable para la voz poética es quedarse con el recuerdo del cuerpo del otro y con sus palabras, cito: “me voy / me llevo tus palabras” (p. 19). Ahora quisiera subrayar que en varios poemas de esta primera sección se siente la necesidad de unir, de fundir el cuerpo del uno con el cuerpo del otro, por ejemplo esta metáfora del cuerpo del uno “aprisionando” al cuerpo del otro, cito: “dejemos que mi casa / te enrede en sus venas / junto a las heridas de un árbol” (p. 15). En el poema “747” la relación entre los cuerpos se torna angustiante, incluso para el que lee el poema, y no solo como marca textual, sino como experiencia vivencial, este poema me hace recordar la “Carta a Antonio” de César Moro, no tanto a nivel de lenguaje ni de manejo de la imagen surrealista, sino en el fondo del poema, cito del poema de Kike: “tu silencio es una luz que me apresa / en un cúmulo de papel mojado // por no querer tu libertad / que me asfixia // la cobardía se me acomoda cuando miento y sonrío”, tanta angustia en esos 5 versos, es increíble esa carga de sufrimiento. Para que no queden dudas cito los primeros versos de la “Carta a Antonio” de Moro: “Te quiero con tu gran crueldad, porque apareces en medio / de mi sueño y me levantas como un dios, como un auténtico dios, / como el único y verdadero”. El poema “y a veces” (p. 22) nos plantea la figura de la piel, como sabemos la piel es lo que separa lo propio de lo alterno, es decir, y en este caso, lo que no permite que los amantes o los cuerpos se fundan en uno solo. Veo la carátula del libro y leo en la página de créditos el título de la serigrafía, dice “Lolita”, vuelvo a ver la carátula y si es una Lolita pero que tiene marcadas en un color rojo intenso unas pantys, un pezón y un pene que pueden ser entendidos como prótesis o al revés es un cuerpo masculino que está travestido con la panty. Un dato adicional si uno aguza la vista en la panty se puede leer en letras negras muy pequeñas y en francés: “el invisible es rojo”. Ese rojo estaría marcando lo que no se ve, lo secreto. Entonces, la premisa va cambiando un poco ¿el cuerpo del otro es indefinido o está travestido? Además, corroborando la hipótesis que el cuerpo del otro es la propia poesía estos versos de la página 23 refuerzan la idea, cito: “pequeño papel bond / esta noche te recuerdo que escogiste quedarte en mi corazón // porque el que no soy yo te siente lejana”. El cuerpo del otro sería ese papel bond donde el poeta escribe el poema, pero también el cuerpo del otro sería ese ser que se siente lejana y más adelante se expresa como “callada y brillante / como un engaño” (p. 23). E incluso en un poema posterior es más explícito, el cuerpo del otro es una niña, cito: “guardar en tu rubor de niña mis poemas blancos”. En el poema “por alguna razón” la voz poética se siente sola y quiere llorar por la partida del cuerpo del otro, cito: “no siento tu silencio ni las sombras”. Hasta aquí resumiendo las palabras claves de la primera sección titulada “Parte Uno” serían: miedo, dolor, amor que no se puede decir, cito: “cómo mirarte desearte poseerte / y olvidarte”.

En la segunda parte titulada “Parte dos” el cuerpo del otro claramente si tiene marcas de género, aunque no olvidemos la idea del cuerpo travestido o indefinido, pero son emblemáticos estos versos, cito: “te haré el amor como si fuera una sombra / te lo haré sin amor / mientras tu lengua / sorbe esta vida / compañero” (p. 35). En esta sección se remarca el sentimiento de pérdida del otro cuerpo, además, se le reclama por la entrega total del cuerpo de la voz poética, y lo más interesante, se profundiza en el símbolo de la herida. Hemos hablado de la piel como barrera natural entre lo propio y lo alterno. La herida justamente estaría en otro nivel de la cadena como un elemento doloroso en esa relación entre lo propio y lo alterno. La herida no sería una barrera sino una marca. En el poema “hombre” hay una cópula entre los cuerpos, cito: “soy el que te penetra de felicidad”, pero esta felicidad expresada es melancólica y por ende se siente el sufrimiento, el deseo reprimido, el miedo. No por algo los versos finales del poemario nos hablan de la felicidad y la fealdad, cito: “cuando pido perdón / por el tiempo / y por esa felicidad / que a veces / escribo con f de fealdad” (p. 56). Finalmente en esta segunda sección “Parte Dos” cimentando la idea del cuerpo travestido en el poema “acuario” la voz poética le pide al otro que deje “de ser hombre” (p. 39).

La tercera parte se titula “Aparte” y tiene dos poemas “mi madre” y “mi padre”, los dos poemas sirven para reforzar la idea de la desolación por la pérdida del cuerpo del otro, del cuerpo amado, en el primer poema se refuerza la tristeza de la madre, cito: “quiere saber por qué / me vivo de tristeza” y en el segundo poema se refuerza el silencio del padre como una barrera para la comunicación y las relaciones familiares, cito: “padre / me duele este silencio / los minutos enormes las miradas vacías” (p. 48).

La cuarta parte se titula “Sin parte”. Consta de 4 poemas y es la reconciliación de la voz poética con la naturaleza, con la cultura y con la sociedad. Es la superación final del recuerdo del cuerpo amado. Y acaba el ciclo poético con la petición de una relación amorosa heterosexual, o incluso homosexual, pero sin miedo, sin censuras, cito: “yo quiero mi casa con huellas de manos felices / y garabatos de niños artistas / y quiero que alguien venga a ella un día pero de día / pero si llega de noche que no tema” (p. 55).

Al inicio quería hablar de la ternura –lo he dejado para el final porque me parece muy importante-, pocos poemas causan ternura, es difícil pensar en la ternura, es más tuve que buscar en el DRAE lo que significa. Y el diccionario escuetamente dice esto: ternura: “cualidad de tierno”, pero ¿qué es ser tierno?, buscamos de nuevo, tiene varias acepciones dentro de todas prefiero quedarme con dos: 1) Se dice de la edad de la niñez, para explicar su delicadeza y docilidad y 2) Afectuoso, cariñoso y amable. Creo que esas dos definiciones calzan bien con el libro de Kike León. Me ordeno y retomo, por ejemplo, un poeta peruano que me causa ternura es Jorge Eduardo Eielson, otro es Carlos Oquendo de Amat, estoy casi seguro, aunque en poesía nada es seguro, que deben de ser dos de los grandes referentes de Kike. Pongo dos ejemplos, cuando Eielson escribe en un poema, cito: “En la noche, / cuando quiero tocar la luna /, toco la luna / de mis anteojos negros”. ¿Qué más tierno que eso? O cuando Oquendo de Amat escribe: “Para ti / tengo impresa una sonrisa en papel japón”. Esta sensación de ternura la he sentido en muchos pasajes del libro de Kike, cito un ejemplo: “tengo una pequeña alegría en mi cajón: / tus labios pegados a los míos / con un clip”. (p. 20). De estos cuerpos, de los miedos, del silencio, de la soledad, de esta infinita ternura nos habla este primer libro de Kike León y por eso lo saludo tocando la luna con una sonrisa en papel japón y con un clip.

* Palabras de presentación leídas la noche del viernes 30 de abril de 2010 en la Casa de la Literatura Peruana.

El libro de las partes

Por Karina Valcárcel

Parte uno, parte dos, aparte, sin parte podría parecer a simple vista un libro esquizofrénico, una apreciación que podría verse reforzada por las ilustraciones que acompañan o más bien dividen el libro, que le dan esa apariencia clínica, interesante pero no determinante en esta publicación.
En una segunda mirada, podría parecer un libro transgresor, desde la portada que imagino debe haber escandalizado a más de una madre de familia, hasta el título. Un título largo, extraño, una suerte de juego de palabras que no evidencian a esfuerzo mínimo el contenido del libro.

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Le he dicho a Enrique que el nombre de su libro es muy largo y él me ha respondido que si gusto puedo llamarlo: “El libro de las partes” de las partes de Enrique por supuesto.
El libro de Enrique es al tacto como una golosina, esta naturaleza dulce se prolonga hasta las primeras páginas donde encontramos en su primera parte versos como:

Tu espalda en la noche es mi espada/ Y me ahogo en los panales de tus ojos/ tus labios pegados a los míos con un clip/ pequeño papel bond –esta noche te recuerdo que escogiste quedarte en mi corazón.

La parte uno del libro de Enrique es un manifiesto, es un decirle a alguien algo, como una conversación en la que la contraparte se ha quedado dormida. Me inclino a pensar que habla de amor, pero no de esa forma en la que el amor nos duele o nos eleva, sino el amor como un sentimiento extraño, la contemplación de detalles que nadie más pudo ver hasta ahora.
Parte dos resulta brevísima, en estos textos encuentro principalmente la exteriorización del deseo ligado a lo sexual:

Te haré el amor como si fueras una sombra/ te lo haré sin amor
Te he entregado el alma y la soledad/ como estos años que destruyo/ por desearte y bordearte/ con mi cuerpo que hoy te cedo.
Hombre en tu piel/ en tu sexo en tu olvido/ soy el que te penetra de felicidad.
La pena es la llaga de tu sexo.
Toma mi cuerpo/ bébelo a sorbos/ devóralo y entrégatelo.
Y morir y hacerte el amor/ y hacerte el amor muriendo.

Curioso resulta que el destinatario de estas líneas sea un hombre, hasta aquí podríamos decir que además de esquizofrénico este libro es bisexual o que el autor se gusta mucho.
“A parte” dura dos páginas y es la mención de la vida familiar. Dos poemas que se conectan con la parte final de este libro o Sin parte, donde aparece la relación del autor con su entorno.
Pero querido lector, no peque de idiotez ni apresure su juicio, Parte uno, parte dos, aparte, sin parte, no es el libro de un hombre de personalidad múltiple, es sólo el registro del que ha tomado conciencia de que las personas nos son una sola cosa, redonda y gris. Es el testimonio de aquel que se reconoce en todas sus facetas y etapas. Y esto hace que la lectura de este libro resulte deliciosa.

“PARTE UNO PARTE DOS APARTE SIN PARTE" POR RAÚL HERAUD

“PARTE UNO PARTE DOS APARTE SIN PARTE DE ENRIQUE LEÓN”

Por Raúl Heraud

La poesía es esencialmente tiempo, se edifica siempre dentro de tres estadios: pasado, presente y futuro. Es aquí donde el poeta idealiza momentos que luego transforma, como diría Gustav Jung en arquetipos o en la destrucción de su propio mundo como búsqueda de un equilibrio social y de justicia. Parte uno Parte Dos A parte Sin Parte de Enrique León (Esto no es una puta editorial – Lima, 2010) nos muestra en primer término (Parte Uno) la exploración de una intima verdad, el reclamo humano del superyó tras la autocensura impuesta por aquel Yo débil, que se ofrece siempre a la tragedia, a la desventura, donde los sucesos de la vida han sido, son, y serán siempre momentos inconclusos, realizados tan solo en la imaginación de aquel ser como un modelo jungniano de ensoñación, de auto castigo, donde la vida se transforma en una secuencia de actos fallidos, merecidos desde la visión del sujeto poético: “… quiero que me ayudes a continuar/ y sonreír / corazón/ al lado de esta cicatriz y su corazón (…) … mi voz te dibuja/ en un cúmulo de papel mojado/ y se embriaga como un animal/ de siete cabezas y se embriaga/ y se tritura en siete días/ en siete vidas/ en cuatro pedazos/ por quererme como no te quiero/”. (Parte Dos) en el ejercicio cotidiano de la vida, los seres humanos se nutren de sucesos que van delineando su forma de sentir, pensar y existir, el hombre es un gran recipiente donde se acumulan a lo largo de su paso por el mundo todo tipo de experiencias y recuerdos que van dejando una huella imborrable que edificará su tiempo como producto de sucesos ocurridos en el pasado. Es así como el poeta logra proclamar su reino en el ahora, en el desenfreno de su juventud ginsbergiana, pertenece a un presente donde los sentidos (olfato, gusto, oído, tacto, visión) rinden culto a los grandes dioses modernos, Eros y Thanatos, se abren a la vida dentro de su capullo, aún en estado larvario, sensualidad y muerte extienden sus frágiles alas como acto de autentica liberación: “te haré el amor como si fueras una sombra/ te lo hare sin amor/mientras tu lengua/ sorbe esta vida/compañero/ el silencio es una mariposa”. (A parte) echar una mirada al pasado conlleva a desenterrar episodios de dolor, en este caso, una mirada a los padres desde un pasado silencioso, fantasmal como la figura que se pasea desde la memoria por la casa, sin ser visto, puede el poeta escuchar el sollozo de la madre y conmoverse ante su resignación, ante su eterno cordón umbilical, porque la figura materna actúa como un fetiche no realizado, el Edipo que proyectamos en otras mujeres a lo largo de nuestras vidas: “mi madre madruga por las noches/ por su hijo odia la razón del paso de los días (…) hoy mi madre llora la ausencia/ De mi amor infantil/ y una vez más me roza con sus ojos tibios”. El padre en cambio será por antonomasia la figura de Layo, el rival a vencer, sin embargo, existe una extraña contradicción, un sentimiento casi psicótico con el enemigo que lo tiene todo: admiración y odio. El lenguaje del silencio puede herir mucho mejor que una lanza, no atraviesa la carne pero si destruye lazos; En las relaciones familiares existen dos tipos de verdades, las que se aceptan y las que no se perdonan jamás: “me duele este silencio compartido/ con el tuyo/ y que nació en tu camino/ pero / padre/ tu querer es mi querer/ y tu silencio el mío”. (Sin Parte) la resignación puede llegar a ser una cloaca donde se aprende a vivir en soledad, a sentirse más seguro lejos de los afectos, sin esperanza también se construyen alegrías opacas, grises como el lomo de las ratas, alimento suficiente para el que entiende que la vida no es siempre del color que uno quisiera. Quién no se ha detenido a pensar que su vida jamás alcanzó la dimensión que alguna vez soñó, quién no se ha sentido desamparado en la soledad de su cuarto, quién no ha llorado sin motivo aparente alguna noche: “estoy cansado/ mi madre no está y mi padre no ha venido/ y tengo sed de tanto mirar el barranco/ de tanto verde tanto verano/ y de/ t a n t o (…) … sin embargo esta es/ La casa del señor/ la que se traga los recuerdos de mi madre y los silencios de mi padre/ y un poco de mis palabras cuando pido perdón/ por el tiempo/y por esa felicidad/ que a veces/ escribo con f de fealdad”.

Con Parte Uno Parte Dos A Parte Sin Parte, Enrique León hace su aparición en la escena poética nacional, y con esto confirma que la joven poesía peruana aparte de mostrar voces disimiles, atraviesa por una etapa de fecunda creación.

Raúl Heraud A.
La Molina, 19 de abril de 2010

El amor como sentimiento de extrañez y de rechazo. Parte Uno, Parte Dos, Aparte, Sin Parte de Enrique León

El drama de Maldoror es el drama del hombre, todas las contradicciones, todo el hormigueo de imágenes, todas las metamorfosis, toda la crueldad y toda la desesperación, no han sido acumuladas sino para levantar este retrato del hombre y de sus fantasmas, los que él ha sacado de su propia materia, para perseguirle y para acosarle y los que tienen tan perfecta afinidad con él mismo.
Emilio Adolfo Westphalen


Por Salomón Valderrama

Enrique León en su poemario Parte Uno, Parte Dos, Aparte, Sin Parte (Esta no es una puta editorial, 2009) habla del amor. Pero no del amor en remolinos de cursilería, sino del amor como sentimiento de extrañez, de rechazo y de vacío: parece preguntarse sin fuerzas en Parte Uno: ¿qué es esto que siento o que sentimos multiplicados o divididos? ¿será amor? Pero no lo dice (es decir: no lo grita) en la cúspide de algún amor, a la manera de César Moro (intergaláctica, de origen, de guerra), Francisco Bendezú (de torrente pero de idilio que esfera la piedra deforme como escultura delicada), Pedro Salinas (de construcción, de algún resplandor en que yace atravesado el infinito) o Róger Santiváñez (de asco, de feliz degenerado que viola la ciudad podrida hecha virgencita en Cor Cordium), parecen sus palabras distantes de algún sentir; hay algo seco y frío en esta escritura declarativa. Parece estar de acuerdo con el poeta lusitano Eugenio de Andrade cuando habla de lo gastadas que están las palabras en ‘Adios’: Ya gastamos las palabras. / Cuando ahora digo: amor mío, / ya no pasa absolutamente nada. / Y entretanto, antes de las palabras gastadas, / tengo la certeza / de que todas las cosas se estremecían / con sólo murmurar el nombre tuyo / en el silencio de mi corazón. Erie, su impronta va hacia otro lado, él mismo parece responderse cuando dice en ‘para callar’: he caminado he sonreído / he poseído la locura // (a veces creo que de nada he vivido) // pero hallo mi voz por un instante / para callar para callar / y no decir y no decir // te amo (además, hay que observar que el, te amo, está en una grafía mucho más pequeña, como si no quisiera decirlo). Está la imagen latente del rechazo, cuando dice en ‘deja que salga el sol’: vete ahora que tanto te amo / para no odiarte con los años. En Parte Dos, las fuerzas cambian, existe una libertad a pesar de la extrañez, se acepta y se hace el amor o se eleva el sexo y se valora la entrega del cuerpo en pos de apartar la soledad física: y morir y hacerte el amor / y hacerte el amor muriendo / y morir haciéndote el amor // después de todo (en ‘aquiescencia’); parece que se valora una caricia tanto como el vuelo obscuro del amor cuya meta parece ser la muerte: culminación perfecta de los amantes románticos. Sin Parte, en cambio, resuma el principio o el final de la acción amatoria o sexual que se asocia a la madre y al padre, que son, después de todo, el origen de este “extraño” ser que ama, que quiere amar, y que no lo dejan, por considerarlo una especie de deformidad. Sin Parte, es el desenlace, la gloria, a pesar de todo. La aceptación que clavetea en poesía, en otra poesía para integrar las partes: a la búsqueda de huellas de manos felices y de / garabatos de niños artistas.
No se debe pasar por alto que Enrique León con su poemario Parte Uno, Parte Dos, Aparte, Sin Parte, enriquece el rico hacer del amor homosexual, hecho poético que lo liga a Queridolucía (Esta no es una puta editorial, 2007) de Rafael García Godos (la acción de marginar está emparentada a asociar nuestro temor o asco a lo culminante y así la segregación para un color de piel o para una opción sexual yace en que se visualiza instantáneamente esta fijación por aprendizaje impuesto por los padres, sitios de diversión, las instituciones educativas o por ese pavor de ver en espacio abierto la cópula homosexual, polisexual, grande orgía*) y Polisexual (Hipocampo Editores, 2007) de Giancarlo Huapaya (que trabaja todas la vetas posibles del amor sexual, parasexual y más que sexual; en palabras de Roberto Echavarren: Es difícil ubicar un yo lírico en este libro, vale decir una identidad (de hombre, de mujer, de animal). De vez en cuando aparece un "mono semisexual", pero aparecen sobre todo intercambios de flujos (baba, semen, orina)).
Al leer este libro me he preguntado si realmente vale la pena, siquiera, preguntarse si el libro físico desaparecerá, ya que la competencia y la diversidad de ellos parece que siempre han existido. La gran belleza de éste y de todos los que saca Esta no es una puta editorial, me hace creer junto a Ítalo Calvino (Pienso que la lectura no es comparable con ningún otro medio de aprendizaje y de comunicación, ya que la lectura tiene un ritmo propio, gobernado por la voluntad del lector; la lectura abre espacios de interrogación, de meditación y de examen crítico, en suma, de libertad; la lectura es una relación con nosotros mismos y no únicamente con el libro, con nuestro mundo interior a través del mundo que el libro nos abre.) que esto jamás sucederá. Como anécdota, figuro que la portada del libro, ‘Lolita’, realizada por Álex Castillo (y que a algún querido amigo mío intimidó), es la sentencia del rastro de ese amor del que no nos quiere decir Enrique León, pero del que entendemos por el accidente en la súper autopista de la soledad creada. Hago una pausa: escucho el rumor de las páginas al pasar.

*Se puede consultar en línea: La libertad de la sexualidad y sus formas hacia la creación y recepción de lo bello. Queridolucía de Rafael García Godos por Salomón Valderrama

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Diario El Comercio

Intenso interior (*)

Con una voz ingenua, pero convencido del poder redentor de la palabra cuando esta se convierte en poesía, el joven escritor local Enrique León publica este poemario en el que el amor, la soledad, la inquietud de las horas muertas y la angustia que crece con la distancia que nos separa del ser amado se conjugan nerviosamente para dejar crecer textos de cándida oscuridad y luminosa legibilidad. La idea, al parecer, es salir del inmenso universo vacío que anidamos dentro de nosotros mismos para acceder a esa realidad mínima y prosaica que podría acabar salvándonos la vida. Como bien dice en ese breve texto llamado “A veces”: “Mi piel es la última línea/ el placer/el camino/la malicia/el placer/el camino/la malicia/mi piel como la última línea/mis heridas/son adornos”. El libro cuenta con una delicada y preciosista presentación que vale la pena resaltar.


PARTE UNO PARTE DOS APARTE SIN PARTE
Autor ENRIQUE LEÓN
Editorial ESTANOESUNAPUTAEDITORIAL
Nacionalidad PERUANA

(*) Por Francisco Melgar Wong
Diario El Comercio, sección Luces, Entre Líneas, página 8
Lunes 22 de febrero del 2010, edición impresa, Perú